30 de septiembre de 2007

Fausto

Acto V; escena i

FAUSTO: ¿Es éste el rostro que dio impulso a mil navíos
y puso fuego a las altas torres de Troya?
¡Dulce Elena, dame en un beso la inmortalidad! (La besa)
Mi alma se apega a tus labios y escapa de mí.
Ven, Elena, ven; devuélmela.
Aquí he de quedarme, que el cielo son tus labios
y todo es polvo si no es Elena.
Yo seré Paris y por tu amor Wittemberg,
que no Troya, quedará saqueada.
Y lucharé contra el débil Menelao,
y las plumas de mi cimera lucirán tus colores.
Sí, yo heriré a Aquiles en el talón
y luego buscaré el beso de Elena.
¡Oh, eres más hermosa que la brisa verpetina
engalanada con la belleza de mil estrellas;
más deslumbrante que el fúlgido Júpiter
cuando se mostró a la infeliz Semele;
más agraciada que el monarca de los cielos
entre los brazos azules de la voluble Aretusa:
Y nadie sino tú será mi amada!


La Trágica Historia de la Vida y la Muerte del Doctor Fausto, Christopher Marlowe (1592¿?)

28 de septiembre de 2007

La Señorita de Trevélez

Acto III; escena viii

DON MARCELINO: Cálmate, Gonzalo, cálmate. ¡No vale la pena! ¿Qué hubieras conseguido? ¡Matas a Guiloya!, ¿Y qué?... Guiloya no es un hombre, es el espíritu de la raza, cruel, agresivo, burlón, que no ríe de su propia alegría, sino del dolor ajeno. ¡Alegría!... ¿Qué alegría va a tener esta juventud que se forma en un ambiente de envidia, de ocio, de miseria moral, en esas charcas de los cafés y de los casinos barajeros? ¿Qué ideales van a tener estos jóvenes que en vez de estudiar e ilustrarse se quiebran el magín y consumen el ingenio buscando una absurda similitud entre las cosas más heterogéneas y desemejantes?... ¿En qué se parece un membrillo a la catedral de Burgos? ¿En qué se parece una lenteja a un caballo a galope? Y, claro, luego surge rápida esta natural pregunta: ¿En qué se parecen estos muchachos a los hombres cultos, interesados en el porvenir de la patria? Y la respuesta es tan consoladora como trágica... ¡En nada, en nada; absolutamente en nada!

DON GONZALO: ¡Tienes razón, Marcelino, tienes razón!

MARCELINO: Pues si tengo razón, calma tu justa cólera y piensa, como yo, que la manera de acabar con este tipo tan nacional del guasón es difundiendo la cultura. Es preciso matarlos con libros, no hay otro remedio. La cultura modifica la sensibilidad, y cuando estos jóvenes sean inteligentes, ya no podrán ser malos, ya no se atreverán a destrozar un corazón con un chiste, ni a amargar una vida con una broma.


La Señorita de Trevélez, Carlos Arniches (1916)

25 de septiembre de 2007

Grandes Esperanzas

Segunda Parte
XXXIX

—Pues sí, Pip, querido muchacho, ¡he hecho de ti un caballero! Soy yo el que lo he hecho. Juré en aquella ocasión que si llegaba a ganar una guinea, sería para ti. Después, cuando empecé a especular y a hacerme rico, juré que tú también lo serías. Pasé apuros, para que tú no los pasaras, trabajé mucho para que tú no tuvieras que hacer. [...] ¿Qué si te lo cuento para que me lo agradezcas? Ni mucho menos. Te lo digo para que sepas que aquel perro acorralado cuya vida mantuviste, levantó tanto la cabeza, como para poder crear un caballero. Y ese caballero, Pip, ¡eres tú!
El horror que sentía por aquel hombre, el pánico que me inspiraba y la repugnancia con la que me apartaba de él no hubieran sido mayores de ser una terrible bestia.
—Mira, Pip. Soy tu segundo padre. Tú eres mi hijo. Más que mi hijo. He ahorrado dinero tan sólo para que tu te lo gastaras. Cuando me alquilé como pastor en una choza solitaria sin ver más caras que las ovejas hasta que casi me olvidé de cómo eran las de los hombres y mujeres, veía tu rostro. Todas las veces que me caía el cuchillo comiendo o cenando en aquella choza, me decía: «Aquí está otra vez ese chico, mirándome mientras como y bebo.» Te vi allí muchas veces con la misma claridad que aquel día en los brumosos marjales. «¡Qué me parta un rayo» —me decía entonces y salía afuera al aire libre para gritárselo a los cielos— «si de conseguir dinero y libertad, no hago de ese muchacho un caballero!»; y lo he hecho. ¡Mírate, muchacho! Mira estas habitaciones tuyas, dignas de un lord ¡Qué de un lord! ¡Tendrás dinero para apostar y comerles la partida! [...]
—Pues ya ves, fui yo y encima solo. [...] ¡Y qué buen mozo te has vuelto! Y rondas unos ojos hermosos, ¿no? ¿A qué rondas unos ojos hermosos de los que estás enamorado, eh?
¡Oh Estella, Estella!


Grandes Esperanzas, Charles Dickens (1860-1861)

22 de septiembre de 2007

Hamlet

Acto V, escena ii


[...]El resto descanso es silencio.


[Estas son las últimas palabras que dice Hamlet antes de morir]


Hamlet, William Shakespeare (1600/1601)

18 de septiembre de 2007

Amor Constante Más Allá de la Muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera:

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.


Francisco de Quevedo (1648)

16 de septiembre de 2007

La Veneciana

3

[...]—Lo que ocurre es lo siguiente —continuó McGore sin prisa—. En lugar de invitar un personaje de un cuadro a que abandone su marco, imagínese a alguien que sea capaz de adentrarse en el propio cuadro. Le produce risa ¿no es así? Y sin embargo, yo lo he hecho miles de veces. He tenido la fortuna de haber visitado codos los museos de pintura de Europa, desde La Haya a San Petersburgo, de Londres a Madrid. Cuando encontraba un cuadro que me gustaba especialmente, me quedaba enfrente del mismo y concentraba toda mi fuerza de voluntad en un solo pensamiento: cómo entrar dentro del mismo. Era una sensación misteriosa, desde luego. Me sentía como un apóstol a punto de bajar de su barca para caminar por la superficie del agua. Pero, después, ¡qué felicidad! Digamos que estaba enfrente de un lienzo flamenco, con la Sagrada Familia en primer plano, contra el fondo de un paisaje suave, límpido. Ya sabe, con un camino que se pierde en zigzag como una blanca serpinte por unas colinas verdes. Finalmente, daba el salto. Me liberaba de la vida real y entraba en la pintura. ¡Sensación milagrosa! La frescura, el aire plácido empapado de cera e incienso. Me transformaba en una parte viva del cuadro y todo en torno a mí cobraba vida. Las siluetas de los peregrinos en el camino empezaban a moverse. La Virgen María farfullaba algo en flamenco. El viento rociaba las flores convencionales. Las nubes se deslizaban... Pero la felicidad no duraba demasiado. Sentía que me congelaba poco a poco, pegándome al lienzo, transformándome en una fina película de óleo. Entonces cerraba los ojos bien cerrados, daba un tirón con toda mi fuerza y saltaba fuera del cuadro. Se oía una especie chapoteo sordo como cuando sacas el pie del barro. Yo abría los ojos me encontraba tumbado en el suelo debajo de un cuadro espléndido pero sin vida. [...]
—Comprenderá, supongo —continuó, dejando caer unas escamas de ceniza—, que de haberme quedado, al momento siguiente el cuadro me habría absorbido para siempre. Me habría desvanecido en sus profundidades, o quizá, me habría debilitado lleno de terror, y, carente de la fuerza para volver al mundo real o para penetrar en aquella nueva dimensión, habría tomado la forma de una de las figuras pintadas en el lienzo [...]. Sin embargo, a pesar del peligro, he cedido a la tentación una y otra vez... Querido amigo, ¡me he enamorado de tantas Madonnas! [...] Pero la Madonna más encantadora de todas procede del pincel de Bernardo Luini. Todas sus creaciones contienen la quietud y la delicadeza del lago en cuyas costas nació, el lago Mayor. El más delicado de los maestros. Su nombre incluso dio lugar a un adjetivo nuevo, luinesco. Su mejor Madonna tiene unos ojos alargados, tímidos, que te acarician, y en su ropaje se mezclan tonos azules delicados, rojos tirando a rosa, como una niebla naranja. Una rizada bruma gaseosa rodea su frente, y la del niño pelirrojo. El niño levanta hacia ella una manzana pálida, y ella la mira bajando sus ojos alargados y suaves... Ojos luinescos... Dios mío, cómo los he besado...


La Veneciana, Vladimir Nabokov (1924)

14 de septiembre de 2007

El Retrato de Dorian Gray

Prefacio del Autor

El artista es creador de belleza.
Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.
El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza.
La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.
Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto.
Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.
Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.
No existen libros morales o inmorales.
Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.
La aversión del siglo XIX por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.
La aversión del siglo XIX por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.
La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.
El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.
Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.
Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte.
El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.
Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias.
Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.
Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva.
Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.
A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.
Todo arte es completamente inútil.


El Retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde (1891)

12 de septiembre de 2007

El Elogio de la Locura

Declamación
Habla la Locura

Aunque los mortales hablen mucho de mí, no soy tan necia como a menudo oigo decir a algunos que son locos en grado sumo, pues sólo yo, yo sola, puedo regocijar los dioses y a los hombres, y si de ello necesitáis una prueba incotrovertible, observad que, con sólo verme dispuesta a tomar la palabra ante esta numerosa asamblea, todos vuestros semblantes reflejaron de pronto una nueva e insólita alegría, de súbito, desarrugasteis el entrecejo y me acogisteis con francas y amables risas, mientras veo también que en torno a mí hay muchos que antes se hallaban tristes y acongojados, casi como si acabaran de salir del antro de Trofonio, y ahora se tambalean como los dioses de Homero, ebrios de néctar y de neptena.
Del mismo modo que cuando el sol de la mañana muestra a la tierra su hermoso y áureo rostro, o cuando tras un riguroso invierno vuelve la primavera y con ella sopla el tibio y ligero Céfiro, todas cosas adquieren nueva faz, nuevo color y nueva juventud, así vosotros, al verme, tenéis otra cara muy distinta. Pues con sólo mi presencia he conseguido lo que con gran dificultad consiguen los más hábiles oradores con esos largos discursos cuidadosamente estudiados, que raras veces logran divertir a los oyentes.



Elogio de la Locura, Erasmo de Rotterdam (1511)

9 de septiembre de 2007

Llanto Por Ignacio Sánchez Mejías

1.
La Cogida y la Muerte

A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco do la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!


Federico García Lorca (1935)

Las Penas del Joven Werther

Segunda Parte, 20 de Diciembre
Después de las Once

Todo está tan silencioso a mi alrededor, y mi alma tan serena. Te agradezco, Señor, que concedas a este último instante este calor.
Me asomo a la ventana, querida mía, y veo, aún veo, a través de las nubes que pasan trayendo tormenta, algunas estrellas del cielo eterno. ¡No, vosotras no caeréis! El eterno os lleva en su corazón. Y a mí. Veo las estrellas que forman la lanza del Carro, la preferida entre todas las constelaciones. Cuando por las noches salía de tu casa, al pasar por el portón, allí estaba, sobre mí. ¡Con qué embriaguez la he contemplado a menudo! ¡A menudo, alzando las manos, la convertí en un símbolo, en la marca sagrada de mi dicha de entonces! Y aún... ¡Oh, Lotte! ¡Qué habrá que no me recuerde a ti! ¿Acaso no me rodeas tú por todas partes? ¿Y no me he apoderado, como un niño, insaciable, de cualquier pequeñez que tú, mi santa, hubieras tocado?
He pedido a tu padre en una nota que proteja mi cadáver. Pídeselo tú también. No quiero que los devotos cristianos tengan que yacer junto al cuerpo de un pobre infeliz. ¡Ah! Quisiera que me enterraseis al borde de un camino. O en un valle solitario. Y que los sacerdote y los levitas, al pasar junto a la piedra marcada, se santigüen, y que el samaritano derrame una lágrima.
¡Mira, Lotte! No me estremezco al tomar el frío y terrible cáliz, del que he de beber el éxtasis de la muerte. Tú me lo alcanzaste y yo no vacilo. ¡Todo! ¡Todo! Así se colman los deseos y esperanzas de mi corazón. Llamar a las férreas puertas de la muerte tan fría, tan rígidamente.
¡Si hubiera podido tener la dicha de morir por ti! ¡Lotte! ¡De sacrificarme por ti! Moriría animado, contento, sabiendo que podía devolverte la calma, la alegría de vivir. Pero ¡ay!, únicamente a unos pocos nobles se les concede el poder derramar su sangre por los suyos, y con su muerte avivar en sus amigos la llama de una vida nueva, centuplicada.Con estas ropas, Lotte, deseo ser enterrado. Tú las has santificado. También se lo he pedido a tu padre. Mi alma se cierne sobre el ataúd. Que no rebusquen en mis bolsillos. Aquel lazo de color rojo pálido que tu llevabas en el pecho cuando te encontré por primera vez... ¡Cómo me une a ti! ¡Desde el primer instante no pude dejarte! Este lazo quiero que sea enterrado conmigo. ¡Me lo regalaste por mi cumpleaños! ¡Con qué ansia devoraba todo aquello! ¡Ah! No sabía que aquel camino me habría de llevar hasta aquí. ¡Ten calma! Te lo ruego. ¡Ten calma!
Están cargadas... ¡Dan las doce! ¡Sea, pues! ¡Lotte! ¡Lotte! ¡Adiós! ¡Adiós!


Las Penas del Joven Werther, Goethe (1774)

2 de septiembre de 2007

Hamlet

Acto III, escena i


Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir, dormir:
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno,
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción. [...]


Hamlet, William Shakespeare (1600/1601)

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