25 de septiembre de 2007

Grandes Esperanzas

Segunda Parte
XXXIX

—Pues sí, Pip, querido muchacho, ¡he hecho de ti un caballero! Soy yo el que lo he hecho. Juré en aquella ocasión que si llegaba a ganar una guinea, sería para ti. Después, cuando empecé a especular y a hacerme rico, juré que tú también lo serías. Pasé apuros, para que tú no los pasaras, trabajé mucho para que tú no tuvieras que hacer. [...] ¿Qué si te lo cuento para que me lo agradezcas? Ni mucho menos. Te lo digo para que sepas que aquel perro acorralado cuya vida mantuviste, levantó tanto la cabeza, como para poder crear un caballero. Y ese caballero, Pip, ¡eres tú!
El horror que sentía por aquel hombre, el pánico que me inspiraba y la repugnancia con la que me apartaba de él no hubieran sido mayores de ser una terrible bestia.
—Mira, Pip. Soy tu segundo padre. Tú eres mi hijo. Más que mi hijo. He ahorrado dinero tan sólo para que tu te lo gastaras. Cuando me alquilé como pastor en una choza solitaria sin ver más caras que las ovejas hasta que casi me olvidé de cómo eran las de los hombres y mujeres, veía tu rostro. Todas las veces que me caía el cuchillo comiendo o cenando en aquella choza, me decía: «Aquí está otra vez ese chico, mirándome mientras como y bebo.» Te vi allí muchas veces con la misma claridad que aquel día en los brumosos marjales. «¡Qué me parta un rayo» —me decía entonces y salía afuera al aire libre para gritárselo a los cielos— «si de conseguir dinero y libertad, no hago de ese muchacho un caballero!»; y lo he hecho. ¡Mírate, muchacho! Mira estas habitaciones tuyas, dignas de un lord ¡Qué de un lord! ¡Tendrás dinero para apostar y comerles la partida! [...]
—Pues ya ves, fui yo y encima solo. [...] ¡Y qué buen mozo te has vuelto! Y rondas unos ojos hermosos, ¿no? ¿A qué rondas unos ojos hermosos de los que estás enamorado, eh?
¡Oh Estella, Estella!


Grandes Esperanzas, Charles Dickens (1860-1861)

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