15 de diciembre de 2007

Las Penas del Joven Werther

Primera Parte, 30 de Agosto

¡Infeliz! ¿Acaso no eres un necio? ¿No te engañas a ti mismo? ¿Qué es toda esa delirante e interminable pasión ? Ya no tengo más plegarias más que para ella. En mi imaginación no aparece ninguna otra figura que no sea la suya, y todo lo que en el mundo me rodea,lo veo únicamente en relación con ella. Y ello me produce tales momentos de felicidad... Hasta que de nuevo he de separarme de ella. ¡Ay, Wilhem! ¡De ella, hacia quien mi corazón con frecuencia me apremia! Cuando he estado sentado junto a ella dos, tres horas, y me he deleitado con su figura, con sus modales, de la celestial expresión de sus palabras, y poco a poco todos mis sentidos se han ido así desplegando, todo se ensombrece ante mis ojos, apenas oigo nada más, siento que un asesino me agarrara por el gaznate, y entonces, latiendo salvajemente, mi corazón trata de dar aire a los oprimidos sentidos, aumentando así la confusión. Wilhem, a menudo no sé si estoy en el mundo. Y cuando en ocasiones no me domina la melancolía y Lotte me permite el mísero consuelo de desahogar mi angustia sobre su mano, ¡tengo que irme! ¡Salir de allí! Y entonces ando vagando por los campos, lejos. Escalar una montaña escarpada, es entonces mi alegría. Abrir un camino a través de un bosque infranqueable, entre las zarzas, que me hieren, entre las espinas, que me desgarran. Así me siento algo mejor. ¡Algo! Y cuando, cansado y sediento, me paro a veces a mitad de camino, en ocasiones en plena noche, cuando la luna llena se encuentra sobre mí, me siento en el bosque solitario sobre un tronco retorcido, sólo para procurar cierto alivio a las lastimadas plantas de mis pies, entonces en medio de una desfallecida calma me adormezco a media luz ¡Oh Wilhem! La solitario morada de una celda, un hábito de esparto y el cicilio serían para mi un bálsamo, por el que mi alma se consume. Adiós. No veo para toda esta desdicha otro final que no sea el de la tumba.


Las Penas del Joven Werther, Goethe (1774)

4 de diciembre de 2007

Campos de Castilla

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


Campos de Castilla, Antonio Machado (1906)

21 de noviembre de 2007

Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada

15

Me gusta cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


[La cursiva es mía]


Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada, Pablo Neruda (1924)

15 de noviembre de 2007

Música Para Camaleones

PREFACIO

Mi vida, al menos como artista, puede proyectarse exactamente igual que la gráfica de temperatura: las altas y bajas, los ciclos claramente definidos.
Empecé a escribir cuando tenía ocho años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poco gente que leyese. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer libors, ir al cine, bailar claqué y y hacer dibujos. Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse.
Pero, por supuesto, yo no lo sabía. [...] Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice un descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y entonces cayó el látigo!
[...] Sin embargo, nunca hablé con nadie de lo que escribía; si alguien me preguntaba lo que tramaba durante todas aquellas horas, yo le contestaba que hacía los deberes. En realidad, jamás hice los ejercicios del colegio. Mis tareas literarias me tenían enteramente ocupado. [...] Hay que aprender tanto, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura y hasta de la simple observación de todos los días.


Música Para Camaleones, Truman Capote (1980)

7 de noviembre de 2007

La Dama de la Camelias

Aquel invierno pasó. Luego el verano; y al otoño siguiente otra vez, pero esta vez en todo el esplendor de una representación benéfica, en plena ópera vimos abrirse de pronto, con cierto ruido, uno de los grandes palcos del proscenio y adelantarse hacia ese palco con un ramo en la mano, la misma belleza que yo había visto en el bulevar. ¡Era ella! Pero esta vez en el apogeo de una mujer a la moda y brillando con todo el esplendor de la conquista. Estaba admirablemente peinada; sus bonitos cabellos estaban mezclados con brillantes y con flores, y con esa gracia estudiada que les prestaba movimiento y vida; tenía los brazos y el pecho desnudos, y collares, brazaletes y esmeraldas. Llevaba en la mano un ramillete. ¿De qué color?. No sabría decirlo; hay que tener los ojos de un muchacho joven y la imaginación de un niño para poder distinguir el color de la flor sobre la que se inclina un bello rostro. A nuestra edad no se mira más que a las mejillas y al brillos de los ojos: se preocupa un poco de lo accesorio, y su queremos divertirnos en sacar consecuencias, lo hacemos sobre la misma persona, y ya es bastante ocupación.


La Dama de las Camelias, Alejandro Dumas (1848)

3 de noviembre de 2007

El Desencuentro

XIII

Tengo cincuenta años y África se ha muerto. He terminado de leer su carta y su diario ahora, hace un momento. He abierto la ventana de mi habitación del hotel Palace y me he asomado a mirar el edificio de las Cortes y, a mi derecha, allá encima de la colina que corona al museo del Prado, la iglesia de los Jerónimos. Allí iba ella a rezar misas y rosarios, a confesarse de nimiedades.
¿Cuál es mi esperanza de vida? ¡Qué sarcasmo, esperanza! ¿Treinta años? ¿Veinte? ¿Todo ese tiempo esperando a que me deje de latir el corazón?

[La cursiva es mía]


El Desencuentro, Fernando Schwartz (1996)

19 de octubre de 2007

Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada

20

Puedo escribir los versos mas tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberle perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada, Pablo Neruda (1924)

14 de octubre de 2007

El Mercader de Venecia

Acto III, escena i

SALERIO: A buen seguro que si no cumple su promesa no te quedarás con su carne. ¿Para qué iba a servirte?

SHYLOCK: Como cebo para los peces. Alimentará mi venganza, aunque no alimente ninguna otra cosa. Él es la causa de mi oprobio y me ha hecho perder medio millón, se ha burlado de mis ganancias, se ha reído de mis pérdidas y se ha mofado de mi raza, ha obstaculizado mis negocios, ha dado ínfulas a mis enemigos y ha enfriado a mis amigos, y todo, ¿por qué? Porque soy judío. ¿No tiene ojos un judío? ¿No tiene manos un judío, ni órganos, proporciones, sentidos, pasiones, emociones? ¿No toma el mismo alimento, le hieren las mismas armas, le atacan las mismas enfermedades, se cura por los mismos métodos? ¿No le calienta el mismo estío que a un cristiano? ¿No le enfría el mismo invierno? ¿Es que no sangramos si nos espolean? ¿No nos reímos si nos hacen cosquillas? ¿No nos morimos si nos envenenan? ¿No habremos de vengarnos, por fin, si nos ofenden? Si en todo lo demás somos iguales, también en eso habremos de parecernos. Si un judío ofende a un cristiano, ¿qué benevolencia ha de esperar? La venganza. Si un cristiano ofende a un judío, ¿con qué cristiana resignación la aceptará? ¡Con la de la venganza! Pondré en práctica toda la vileza que he aprendido, y malo será que no supere a mis maestros.


El Mercader de Venecia, William Shakespeare (1596-1597)

11 de octubre de 2007

Primavera con una Esquina Rota

Beatriz
(Una Palabra Enorme)

Libertad es una palabra enorme. Por ejemplo, cuando terminas las clases, se dice que una está en libertad. Mientras dura la libertad, una pasea, una juega, una no tiene por qué estudiar. Se dice que un país es libre cuando una mujer cualquiera o un hombre cualquiero hace lo que se le antoja. Pero hasta los países tienen cosas muy prohibidas. Por ejemplo matar. Eso sí, se pueden matar mosquitos y cucarachas, y también vacas para hacer churrascos. Por ejemplo está prohibido robar, aunque no es grave que una se quede con algún vuelto cuando Graciela, que es mi mami, me encarga alguna compra. Por ejemplo está prohibido llegar tarde a la escuela, aunque en ese caso hay que hacer una cartita, mejor dicho la tiene que hacer Graciela, justificando por qué. Así dice la maestra: justificando.
Libertad quiere decir muchas cosas. Por ejemplo, si una no está presa, se dice que está en libertad. Pero mi papá está preso y sin embargo está en Libertad, porque así se llama la cárcel donde está hace ya muchos años. Eso el tío Rolando lo llama qué sarcasmo. [...] Graciela dice que mi papá está en Libertad, o sea está preso, por sus ideas. Parece que mi papá era famoso por sus ideas. Yo también a veces tengo ideas, pero todavía no soy famosa. Por eso no estoy en Libertad, o sea que no estoy presa.
[...]
O sea que la libertad es una palabra enorme. Graciela dice que ser un preso político como mi papá no es ninguna vergüenza. Que casi es un orgullo. ¿Por qué casi? Es orgullo o es vergüenza. ¿Le gustaría que yo dijera que es casi vergüenza? Yo estoy orgullosa, no casi orgullosa, de mi papá, porque tuvo muchísimas ideas, tantas y tantísimas que lo metieron preso por ellas. Yo creo que ahora mi papá seguirá teniendo ideas, tremendas ideas, pero es casi seguro que no se las dice a nadie, porque si las dice, cuando salga de Libertad para vivir en libertad, lo pueden meter otra vez en Libertad. ¿Ven como es enorme?


Primavera con una Esquina Rota, Mario Benedetti (1982)

9 de octubre de 2007

William Shakespeare

Buen amigo, por amor de Jesús, abstente
de cavar el polvo encerrado aquí.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras,
y maldito sea el que mueva mis huesos.


[Éste es el epitafio que William Shakespeare escribió y ordenó tallar en su lápida antes de morir. La cursiva es mía]


William Shakespeare (1916 1616¿?)

4 de octubre de 2007

Mis Hijos me Traen Flores de Plástico

Os enseñé muy pocas cosas.
(Se hacen proyectos..., se imagina..., se sueña...
La realidad es diferente.) Pocas cosas
os enseñé: a adorar el mar;
a sentir la alegría de ver vivir a un animal minúsculo;
a interpretar las palabras del viento;
a conocer los árboles no por sus frutos:
por sus hojas y por su rumor;
a respetar a los que dejan su soledad en unos versos, unos colores, unas notas
o tantos otras formas de locura admirable;
a los que se equivocan con el alma.
Os enseñé también a odiar
a la crueldad, a la avaricia,
a lo que es falso y feo, a la flores de plástico.

Febrero llueve sobre el cementerio.
Es una tarde de domingo. Gris
es todo. Hemos venido a enterrar a una criatura
tierna y absurda. Un ser que tal vez soñaría
con la inmortalidad. Trazaba rayas
sobre una plancha de metal, la mordía con ácidos...
Así evocaba a sus demonios, daba fe de su vida,
escribía sus sueños... (Humildemente
dejó pasar sus días. si Sin fuego transcurrieron.)
Un pobre ser que ya descansa.

No dejó un hueco irremplazable
en el mundo. Quebró su muerte la perfección universal.
Muy pocos lo advirtieron. Recordarán algunos
de tarde en tarde, y sin dolor, que ya no existe.
Los menos que la lloran la olvidarán también.
Al fin quedó enterrada su carne. Ha vuelto a deshacerse.
Correrá con el agua subterránea que la acompaña,
se deshará con gozo inútil en las cosas
sin dar siquiera un poco de carmín de aroma o balanceo a alguna flor de estío,
una flor verdadera, no de plástico, fea,
como aquellas que odiábamos, hijos míos.

Aquí me dejan bajo tierra. Es una tarde de febrero.
Todo es negro cuando se van. Y mudo. Se ha extinguido
esa música gris que antes sonaba.
También el tiempo se ha borrado, y su sufrimiento,
de mi cuerpo. Ya el sufrimiento y el tiempo
va deshaciendo poco a poco lo que fue,
y tuvo fe y desánimo, fantasía y amor.
¡Qué pequeño es ahora, a esta distancia
absoluta, el afán diario! ¡Qué pequeño lo grande.
lo grande aquello! ¡Qué pequeñas las iras
ante los hombres y sus actos!
¡Qué pequeños los hombres, y que necio
aquel errar buscando la verdad!
Como si hubiese una verdad tan sólo.
Como si una verdad fuera bastante
para darnos la vida.

Tarde se aprende lo sencillo.
Lo sabréis cuando un río de español espanto se desboque
y arrastre vuestra luz, y la sepulte sin remedio.
Pensé algún día que quien vive sólo un instante, nunca
puede morir. Quizá quise decir que sólo aquel que
muere un instante sabe lo nada que es vivir.
Mas nadie ha muerto nunca sino definitivamente.
Y entonces las palabras no tienen labios que las formen.

Tarde se aprende lo sencillo.
Tarde se encuentra la hermosura. No aquella de los ojos
mortales, la del mundo. No puedo hacer que lo entendáis.
Necesario sería que ahora estuvieseis aquí abajo
y que viéseis a vuestros hijos llegar entre las tumbas,
bajo la lluvia, y dejar su perfume y su presencia
en las tibias, alegres, inmortales
—más hermosas en vuestras manos que las del bosque—
flores de plástico.


Libro de las Alucinaciones, José Hierro (1964)

2 de octubre de 2007

Otelo

Acto III; escena iii

YAGO; [...] Por vuestra paz y vuestro bien,
por mi hombría, prudencia y honradez,
no conviene que os diga lo que pienso.

OTELO: ¿Qué insinúas?

YAGO: Señor, la honra en el hombre o la mujer
es la joya más preciada de su alma.
Quien me roba la bolsa, me roba metal;
es algo y no es nada; fue mío y es suyo,
y ha sido esclavo de miles.
Mas, quien me quita la honra, me roba
lo que no le hace rico y a mí me empobrece.

OTELO: ¡Vive Dios, dime lo que piensas!

YAGO: No podría, ni con mi alma en vuestra mano,
ni querré, mientras yo la gobierne.

OTELO: ¿Qué?

YAGO: Señor cuidado con los celos.
Son un monstruo de ojos verdes que se burla
del pan que le alimenta. Feliz el cornudo
que, sabiéndose engañado, no quiere a su ofensora;
mas, ¡qué horas de angustia le aguardan
al que duda y adora, idolatra y recela!

OTELO: ¡Qué tortura!

YAGO: El pobre contento es rico y bien rico;
quien nada en riquezas y teme perderlas
es más pobre que el invierno.
¡Dios bendito, a todos los míos
guarda de los celos!


Otelo, William Shakespeare (1604)

30 de septiembre de 2007

Fausto

Acto V; escena i

FAUSTO: ¿Es éste el rostro que dio impulso a mil navíos
y puso fuego a las altas torres de Troya?
¡Dulce Elena, dame en un beso la inmortalidad! (La besa)
Mi alma se apega a tus labios y escapa de mí.
Ven, Elena, ven; devuélmela.
Aquí he de quedarme, que el cielo son tus labios
y todo es polvo si no es Elena.
Yo seré Paris y por tu amor Wittemberg,
que no Troya, quedará saqueada.
Y lucharé contra el débil Menelao,
y las plumas de mi cimera lucirán tus colores.
Sí, yo heriré a Aquiles en el talón
y luego buscaré el beso de Elena.
¡Oh, eres más hermosa que la brisa verpetina
engalanada con la belleza de mil estrellas;
más deslumbrante que el fúlgido Júpiter
cuando se mostró a la infeliz Semele;
más agraciada que el monarca de los cielos
entre los brazos azules de la voluble Aretusa:
Y nadie sino tú será mi amada!


La Trágica Historia de la Vida y la Muerte del Doctor Fausto, Christopher Marlowe (1592¿?)

28 de septiembre de 2007

La Señorita de Trevélez

Acto III; escena viii

DON MARCELINO: Cálmate, Gonzalo, cálmate. ¡No vale la pena! ¿Qué hubieras conseguido? ¡Matas a Guiloya!, ¿Y qué?... Guiloya no es un hombre, es el espíritu de la raza, cruel, agresivo, burlón, que no ríe de su propia alegría, sino del dolor ajeno. ¡Alegría!... ¿Qué alegría va a tener esta juventud que se forma en un ambiente de envidia, de ocio, de miseria moral, en esas charcas de los cafés y de los casinos barajeros? ¿Qué ideales van a tener estos jóvenes que en vez de estudiar e ilustrarse se quiebran el magín y consumen el ingenio buscando una absurda similitud entre las cosas más heterogéneas y desemejantes?... ¿En qué se parece un membrillo a la catedral de Burgos? ¿En qué se parece una lenteja a un caballo a galope? Y, claro, luego surge rápida esta natural pregunta: ¿En qué se parecen estos muchachos a los hombres cultos, interesados en el porvenir de la patria? Y la respuesta es tan consoladora como trágica... ¡En nada, en nada; absolutamente en nada!

DON GONZALO: ¡Tienes razón, Marcelino, tienes razón!

MARCELINO: Pues si tengo razón, calma tu justa cólera y piensa, como yo, que la manera de acabar con este tipo tan nacional del guasón es difundiendo la cultura. Es preciso matarlos con libros, no hay otro remedio. La cultura modifica la sensibilidad, y cuando estos jóvenes sean inteligentes, ya no podrán ser malos, ya no se atreverán a destrozar un corazón con un chiste, ni a amargar una vida con una broma.


La Señorita de Trevélez, Carlos Arniches (1916)

25 de septiembre de 2007

Grandes Esperanzas

Segunda Parte
XXXIX

—Pues sí, Pip, querido muchacho, ¡he hecho de ti un caballero! Soy yo el que lo he hecho. Juré en aquella ocasión que si llegaba a ganar una guinea, sería para ti. Después, cuando empecé a especular y a hacerme rico, juré que tú también lo serías. Pasé apuros, para que tú no los pasaras, trabajé mucho para que tú no tuvieras que hacer. [...] ¿Qué si te lo cuento para que me lo agradezcas? Ni mucho menos. Te lo digo para que sepas que aquel perro acorralado cuya vida mantuviste, levantó tanto la cabeza, como para poder crear un caballero. Y ese caballero, Pip, ¡eres tú!
El horror que sentía por aquel hombre, el pánico que me inspiraba y la repugnancia con la que me apartaba de él no hubieran sido mayores de ser una terrible bestia.
—Mira, Pip. Soy tu segundo padre. Tú eres mi hijo. Más que mi hijo. He ahorrado dinero tan sólo para que tu te lo gastaras. Cuando me alquilé como pastor en una choza solitaria sin ver más caras que las ovejas hasta que casi me olvidé de cómo eran las de los hombres y mujeres, veía tu rostro. Todas las veces que me caía el cuchillo comiendo o cenando en aquella choza, me decía: «Aquí está otra vez ese chico, mirándome mientras como y bebo.» Te vi allí muchas veces con la misma claridad que aquel día en los brumosos marjales. «¡Qué me parta un rayo» —me decía entonces y salía afuera al aire libre para gritárselo a los cielos— «si de conseguir dinero y libertad, no hago de ese muchacho un caballero!»; y lo he hecho. ¡Mírate, muchacho! Mira estas habitaciones tuyas, dignas de un lord ¡Qué de un lord! ¡Tendrás dinero para apostar y comerles la partida! [...]
—Pues ya ves, fui yo y encima solo. [...] ¡Y qué buen mozo te has vuelto! Y rondas unos ojos hermosos, ¿no? ¿A qué rondas unos ojos hermosos de los que estás enamorado, eh?
¡Oh Estella, Estella!


Grandes Esperanzas, Charles Dickens (1860-1861)

22 de septiembre de 2007

Hamlet

Acto V, escena ii


[...]El resto descanso es silencio.


[Estas son las últimas palabras que dice Hamlet antes de morir]


Hamlet, William Shakespeare (1600/1601)

18 de septiembre de 2007

Amor Constante Más Allá de la Muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera:

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.


Francisco de Quevedo (1648)

16 de septiembre de 2007

La Veneciana

3

[...]—Lo que ocurre es lo siguiente —continuó McGore sin prisa—. En lugar de invitar un personaje de un cuadro a que abandone su marco, imagínese a alguien que sea capaz de adentrarse en el propio cuadro. Le produce risa ¿no es así? Y sin embargo, yo lo he hecho miles de veces. He tenido la fortuna de haber visitado codos los museos de pintura de Europa, desde La Haya a San Petersburgo, de Londres a Madrid. Cuando encontraba un cuadro que me gustaba especialmente, me quedaba enfrente del mismo y concentraba toda mi fuerza de voluntad en un solo pensamiento: cómo entrar dentro del mismo. Era una sensación misteriosa, desde luego. Me sentía como un apóstol a punto de bajar de su barca para caminar por la superficie del agua. Pero, después, ¡qué felicidad! Digamos que estaba enfrente de un lienzo flamenco, con la Sagrada Familia en primer plano, contra el fondo de un paisaje suave, límpido. Ya sabe, con un camino que se pierde en zigzag como una blanca serpinte por unas colinas verdes. Finalmente, daba el salto. Me liberaba de la vida real y entraba en la pintura. ¡Sensación milagrosa! La frescura, el aire plácido empapado de cera e incienso. Me transformaba en una parte viva del cuadro y todo en torno a mí cobraba vida. Las siluetas de los peregrinos en el camino empezaban a moverse. La Virgen María farfullaba algo en flamenco. El viento rociaba las flores convencionales. Las nubes se deslizaban... Pero la felicidad no duraba demasiado. Sentía que me congelaba poco a poco, pegándome al lienzo, transformándome en una fina película de óleo. Entonces cerraba los ojos bien cerrados, daba un tirón con toda mi fuerza y saltaba fuera del cuadro. Se oía una especie chapoteo sordo como cuando sacas el pie del barro. Yo abría los ojos me encontraba tumbado en el suelo debajo de un cuadro espléndido pero sin vida. [...]
—Comprenderá, supongo —continuó, dejando caer unas escamas de ceniza—, que de haberme quedado, al momento siguiente el cuadro me habría absorbido para siempre. Me habría desvanecido en sus profundidades, o quizá, me habría debilitado lleno de terror, y, carente de la fuerza para volver al mundo real o para penetrar en aquella nueva dimensión, habría tomado la forma de una de las figuras pintadas en el lienzo [...]. Sin embargo, a pesar del peligro, he cedido a la tentación una y otra vez... Querido amigo, ¡me he enamorado de tantas Madonnas! [...] Pero la Madonna más encantadora de todas procede del pincel de Bernardo Luini. Todas sus creaciones contienen la quietud y la delicadeza del lago en cuyas costas nació, el lago Mayor. El más delicado de los maestros. Su nombre incluso dio lugar a un adjetivo nuevo, luinesco. Su mejor Madonna tiene unos ojos alargados, tímidos, que te acarician, y en su ropaje se mezclan tonos azules delicados, rojos tirando a rosa, como una niebla naranja. Una rizada bruma gaseosa rodea su frente, y la del niño pelirrojo. El niño levanta hacia ella una manzana pálida, y ella la mira bajando sus ojos alargados y suaves... Ojos luinescos... Dios mío, cómo los he besado...


La Veneciana, Vladimir Nabokov (1924)

14 de septiembre de 2007

El Retrato de Dorian Gray

Prefacio del Autor

El artista es creador de belleza.
Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.
El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza.
La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.
Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto.
Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.
Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.
No existen libros morales o inmorales.
Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.
La aversión del siglo XIX por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.
La aversión del siglo XIX por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.
La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.
El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.
Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.
Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte.
El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.
Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias.
Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.
Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva.
Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.
A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.
Todo arte es completamente inútil.


El Retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde (1891)

12 de septiembre de 2007

El Elogio de la Locura

Declamación
Habla la Locura

Aunque los mortales hablen mucho de mí, no soy tan necia como a menudo oigo decir a algunos que son locos en grado sumo, pues sólo yo, yo sola, puedo regocijar los dioses y a los hombres, y si de ello necesitáis una prueba incotrovertible, observad que, con sólo verme dispuesta a tomar la palabra ante esta numerosa asamblea, todos vuestros semblantes reflejaron de pronto una nueva e insólita alegría, de súbito, desarrugasteis el entrecejo y me acogisteis con francas y amables risas, mientras veo también que en torno a mí hay muchos que antes se hallaban tristes y acongojados, casi como si acabaran de salir del antro de Trofonio, y ahora se tambalean como los dioses de Homero, ebrios de néctar y de neptena.
Del mismo modo que cuando el sol de la mañana muestra a la tierra su hermoso y áureo rostro, o cuando tras un riguroso invierno vuelve la primavera y con ella sopla el tibio y ligero Céfiro, todas cosas adquieren nueva faz, nuevo color y nueva juventud, así vosotros, al verme, tenéis otra cara muy distinta. Pues con sólo mi presencia he conseguido lo que con gran dificultad consiguen los más hábiles oradores con esos largos discursos cuidadosamente estudiados, que raras veces logran divertir a los oyentes.



Elogio de la Locura, Erasmo de Rotterdam (1511)

9 de septiembre de 2007

Llanto Por Ignacio Sánchez Mejías

1.
La Cogida y la Muerte

A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco do la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!


Federico García Lorca (1935)

Las Penas del Joven Werther

Segunda Parte, 20 de Diciembre
Después de las Once

Todo está tan silencioso a mi alrededor, y mi alma tan serena. Te agradezco, Señor, que concedas a este último instante este calor.
Me asomo a la ventana, querida mía, y veo, aún veo, a través de las nubes que pasan trayendo tormenta, algunas estrellas del cielo eterno. ¡No, vosotras no caeréis! El eterno os lleva en su corazón. Y a mí. Veo las estrellas que forman la lanza del Carro, la preferida entre todas las constelaciones. Cuando por las noches salía de tu casa, al pasar por el portón, allí estaba, sobre mí. ¡Con qué embriaguez la he contemplado a menudo! ¡A menudo, alzando las manos, la convertí en un símbolo, en la marca sagrada de mi dicha de entonces! Y aún... ¡Oh, Lotte! ¡Qué habrá que no me recuerde a ti! ¿Acaso no me rodeas tú por todas partes? ¿Y no me he apoderado, como un niño, insaciable, de cualquier pequeñez que tú, mi santa, hubieras tocado?
He pedido a tu padre en una nota que proteja mi cadáver. Pídeselo tú también. No quiero que los devotos cristianos tengan que yacer junto al cuerpo de un pobre infeliz. ¡Ah! Quisiera que me enterraseis al borde de un camino. O en un valle solitario. Y que los sacerdote y los levitas, al pasar junto a la piedra marcada, se santigüen, y que el samaritano derrame una lágrima.
¡Mira, Lotte! No me estremezco al tomar el frío y terrible cáliz, del que he de beber el éxtasis de la muerte. Tú me lo alcanzaste y yo no vacilo. ¡Todo! ¡Todo! Así se colman los deseos y esperanzas de mi corazón. Llamar a las férreas puertas de la muerte tan fría, tan rígidamente.
¡Si hubiera podido tener la dicha de morir por ti! ¡Lotte! ¡De sacrificarme por ti! Moriría animado, contento, sabiendo que podía devolverte la calma, la alegría de vivir. Pero ¡ay!, únicamente a unos pocos nobles se les concede el poder derramar su sangre por los suyos, y con su muerte avivar en sus amigos la llama de una vida nueva, centuplicada.Con estas ropas, Lotte, deseo ser enterrado. Tú las has santificado. También se lo he pedido a tu padre. Mi alma se cierne sobre el ataúd. Que no rebusquen en mis bolsillos. Aquel lazo de color rojo pálido que tu llevabas en el pecho cuando te encontré por primera vez... ¡Cómo me une a ti! ¡Desde el primer instante no pude dejarte! Este lazo quiero que sea enterrado conmigo. ¡Me lo regalaste por mi cumpleaños! ¡Con qué ansia devoraba todo aquello! ¡Ah! No sabía que aquel camino me habría de llevar hasta aquí. ¡Ten calma! Te lo ruego. ¡Ten calma!
Están cargadas... ¡Dan las doce! ¡Sea, pues! ¡Lotte! ¡Lotte! ¡Adiós! ¡Adiós!


Las Penas del Joven Werther, Goethe (1774)

2 de septiembre de 2007

Hamlet

Acto III, escena i


Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir, dormir:
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno,
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción. [...]


Hamlet, William Shakespeare (1600/1601)

26 de agosto de 2007

El Muerto

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.

Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo querría poner primavera en sus manos.)

¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.


Alegría, José Hierro (1947)

4 de agosto de 2007

Lolita

Primera Parte, Cap. I


Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
¿Tuvo Lolita una precursora? Naturalmente que la tuvo. En realidad, Lolita no pudo existir para mí si un verano no hubiese amado a otra niña iniciática. En un principado junto al mar. ¿Cuándo? Tantos años antes de que naciera Lolita como tenía yo ese verano. Siempre puede uno contar con un asesino para una prosa fantástica.
Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que envidiaron los serafines, los errados, simples y noblemente alados serafines envidiaron. Mirad esta maraña de espinas.


Lolita, Vladimir Nabokov (1955)

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