21 de noviembre de 2007

Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada

15

Me gusta cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


[La cursiva es mía]


Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada, Pablo Neruda (1924)

15 de noviembre de 2007

Música Para Camaleones

PREFACIO

Mi vida, al menos como artista, puede proyectarse exactamente igual que la gráfica de temperatura: las altas y bajas, los ciclos claramente definidos.
Empecé a escribir cuando tenía ocho años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poco gente que leyese. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer libors, ir al cine, bailar claqué y y hacer dibujos. Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse.
Pero, por supuesto, yo no lo sabía. [...] Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice un descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y entonces cayó el látigo!
[...] Sin embargo, nunca hablé con nadie de lo que escribía; si alguien me preguntaba lo que tramaba durante todas aquellas horas, yo le contestaba que hacía los deberes. En realidad, jamás hice los ejercicios del colegio. Mis tareas literarias me tenían enteramente ocupado. [...] Hay que aprender tanto, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura y hasta de la simple observación de todos los días.


Música Para Camaleones, Truman Capote (1980)

7 de noviembre de 2007

La Dama de la Camelias

Aquel invierno pasó. Luego el verano; y al otoño siguiente otra vez, pero esta vez en todo el esplendor de una representación benéfica, en plena ópera vimos abrirse de pronto, con cierto ruido, uno de los grandes palcos del proscenio y adelantarse hacia ese palco con un ramo en la mano, la misma belleza que yo había visto en el bulevar. ¡Era ella! Pero esta vez en el apogeo de una mujer a la moda y brillando con todo el esplendor de la conquista. Estaba admirablemente peinada; sus bonitos cabellos estaban mezclados con brillantes y con flores, y con esa gracia estudiada que les prestaba movimiento y vida; tenía los brazos y el pecho desnudos, y collares, brazaletes y esmeraldas. Llevaba en la mano un ramillete. ¿De qué color?. No sabría decirlo; hay que tener los ojos de un muchacho joven y la imaginación de un niño para poder distinguir el color de la flor sobre la que se inclina un bello rostro. A nuestra edad no se mira más que a las mejillas y al brillos de los ojos: se preocupa un poco de lo accesorio, y su queremos divertirnos en sacar consecuencias, lo hacemos sobre la misma persona, y ya es bastante ocupación.


La Dama de las Camelias, Alejandro Dumas (1848)

3 de noviembre de 2007

El Desencuentro

XIII

Tengo cincuenta años y África se ha muerto. He terminado de leer su carta y su diario ahora, hace un momento. He abierto la ventana de mi habitación del hotel Palace y me he asomado a mirar el edificio de las Cortes y, a mi derecha, allá encima de la colina que corona al museo del Prado, la iglesia de los Jerónimos. Allí iba ella a rezar misas y rosarios, a confesarse de nimiedades.
¿Cuál es mi esperanza de vida? ¡Qué sarcasmo, esperanza! ¿Treinta años? ¿Veinte? ¿Todo ese tiempo esperando a que me deje de latir el corazón?

[La cursiva es mía]


El Desencuentro, Fernando Schwartz (1996)

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