24 de septiembre de 2012

Los Solteros

CAPÍTULO 6

—[...]Supongo que mucha gente pensara que el solterón recalcitrante no es más que un homosexual que no es consciente de su homosexualidad.
—Imposible demostrarlo —dijo Ronald—. Solo se puede deducir la homosexualidad a partir de hechos. Las tendencias inconscientes, las represiones, todas esas ideas son demasiado simples y débiles para ofrecer explicaciones convincentes. Hay infinitas razones por las que un hombre pueda permanecer célibe. Podría ser un académico. Los esposos no suelen ser académicos decentes, en mi opinión.
—Solo digo —dijo Matthew— lo que la gente dice. Todo el mundo dice que los solteros somos maricas. Bujarrones. O que tenemos fijación con nuestras madres. Cosas así.
—¡Bah, lo que dice la gente, lo que dice la gente! Siempre se concentran en lo que podría ser, en lo que debería ser y nunca en lo que es.
—Mi problema —dijo Matthew—, es que lo que más me gusta del mundo es pensar en las musarañas. En otras palabras, soy un puñetero irlandés perezoso sin oficio ni beneficio. Me gusta pensar que en cualquier momento puedo mandar a la porra el trabajo y mudarme a Bolivia.
—¿Estás pensando en mudarte a Bolivia?
—No —dijo Matthew—, no particularmente.
—Tienes los zapatos mojados —observó Ronald.
—Sí, ¿me los puedo quitar?
—Te los tendrías que haber quitado antes.
—¿Existe alguna mujer que no se quiera casar? —preguntó Matthew.
—La mayoría de ellas se casa sin querer hacerlo. Como muchos hombres.
—¿Por qué?¿Por el sexo?
—No siempre, creo. Quizá sea un desarrollo de la propia naturaleza humana. Algo a la vez satisfactorio e insatisfactorio. De otro modo, las solteronas y los solterones estarían metidos en alguna orden religiosa.
—Una parte de mí cree que deberían hacerlo.
—Pero el hecho es que no lo están.
—Es el miedo a la responsabilidad lo que me aleja del matrimonio. La responsabilidad me aterra. ¿No te aterra a ti?
Ronald lo pensó un momento:
—No —dijo—. Simplemente no he encontrado a nadie que valga la pena. —Y pensó en Hildegarde y en sus intentos de convertirle en una mera carga para ella.
[...]


Los solteros, Muriel Spark (1960)

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