21 de noviembre de 2012

El Monte de las Ánimas

II

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a parte de ellas, pronunciar su nombre, pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
—Será el viento —dijo, y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse.
Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche; con un murmullo monótono de agua distante, lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve, y que no obstante se nota su aproximación en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad, las sombras impenetrables.
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho—. ¿Soy yo tan miedosa como estas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora. Vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.


El Monte de las Ánimas, Gustavo Adolfo Bécquer (1861)

20 de noviembre de 2012

Proverbios del Infierno (y IV)


Así la oruga elige las hojas más bellas para posar sus huevos, así el sacerdote deja caer su maldición en los gozos más dulces.

Crear una pequeña flor es trabajo de siglos.

La maldición vigoriza; la bendición relaja.

El mejor vino es el más añejo, la mejor agua es la más nueva.

Las plegarias no aran; las alabanzas no cosechan.

Las alegrías no ríen. Las tristezas no lloran.

La cabeza, lo Sublime; el corazón, el Pathos; los órganos genitales, lo Bello; las manos y los pies, la Proporción.

Como el aire al pájaro o el agua al pez, así el desprecio es despreciable.

La corneja quisiera que todo fuera negro; el búho que todo fuese blanco.

Exuberancia es Belleza.

Si el león fuera aconsejado por el zorro, sería astuto.

El Progreso construye caminos rectos, pero los tortuosos caminos son Progreso son los caminos del Genio.

Antes asesina a un niño en su cuna que nutras deseos que no realices.

Donde no está el hombre, la naturaleza es estéril.

La verdad nunca puede ser dicha de modo que sea comprendida sin ser creída.

¡Suficiente!, o Demasiado.


El Matrimonio del Cielo y el Infierno, William Blake (1789)

18 de noviembre de 2012

El Monte de las Ánimas

I

[...]—Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla como la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras. Antes la tendría[n] presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.


El Monte de las Ánimas, Gustavo Adolfo Bécquer (1861)

13 de noviembre de 2012

Proverbios del Infierno (III)


Está siempre pronto a expresar tu opinión y el vil te evitará.

Todo lo creíble es imagen de la verdad.

Nunca perdió el águila tanto tiempo como cuando se sometió a la enseñanza del cuervo.

El zorro se provee a sí mismo; pero Dios provee al león.

Medita en la mañana. Obra al medio día. Come al atardecer. Duerme en la noche.

Quien ha soportado que abuses de él, te conoce.

Así como el arado sigue las palabras, Dios recompensa las plegarias.

Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber.

Espera veneno del agua estancada.

Nunca sabrás lo que es suficiente a menos que sepas lo que es más que suficiente.

¡Escucha el reproche de los necios!¡Es un título real!

Los ojos de fuego, la nariz de aire, la boca de agua, la barba de tierra.

El débil en denuedo es fuerte en astucia.

Nunca pregunta el manzano al haya cómo crecer, ni el león al caballo cómo lograr su presa.

Quien recibe agradecido, fructifica abundante cosecha.

Si otros no hubieran sido necios, nosotros lo seríamos.

El alma rebosante de dulce deleite jamás será profanada.

Cuando ves un águila, ves una porción de Genio: ¡Yergue tu cabeza!


El Matrimonio del Cielo y el Infierno, William Blake (1789)

6 de noviembre de 2012

Proverbios del Infierno (II)


Locura, capa de villanía.

Vergüenza, capa del orgullo.

Las prisiones son edificadas con piedras de la Ley, los burdeles con ladrillos de la Religión.

El orgullo del pavo real es la gloria de Dios.

Lujuria del chivo, generosidad de Dios.

La ira del león es la sabiduría de Dios.

La desnudez de la mujer es obra de Dios.

El exceso de pena ríe. El exceso de gozo llora.

El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la ira del tempestuoso mar y la espada destructiva son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo humano.

El zorro condena la trampa, pero no a sí mismo.

El gozo fecunda. El dolor engendra.

Dejad que el hombre vista la piel del león y la mujer el vellón de la oveja.

El ave un nido, la araña una tela, el hombre la amistad.

El egoísta necio que sonríe y el necio sombrío y ceñudo serán tenidos por sabios y se tornarán la norma.

Lo que hoy es evidente, una vez fue imaginario.

La rata, el ratón el zorro, el conejo, cuidan de las raíces, el león, el tigre, el caballo, el elefante de los frutos.

La cisterna contiene, la fuente rebosa.

Un pensamiento llena la inmensidad.


El Matrimonio del Cielo y el Infierno, William Blake (1789)

30 de octubre de 2012

Proverbios del Infierno (I)

El tiempo de siembra, aprende: en tiempo de cosecha, enseña; en invierno goza.

Guía tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos.

El camino del exceso lleva al palacio del saber.

La Prudencia es una vieja solterona, rica y fea, que la Incapacidad corteja.

Quien desea pero no obra, engendra peste.

El gusano perdona al arado que lo corta.

Sumerge en el río a aquel que ama el agua.

El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio.

Aquel cuyo rostro no irradie luz, jamás será una estrella.

La Eternidad está enamorada de los frutos del tiempo.

La abeja laboriosa no tiene tiempo para el pesar.

Las horas de la locura las mide el reloj, pero ningún reloj puede medir las horas de la sabiduría.

Todo alimento sano se logra sin red ni cepo.

Usa número, pesa y medida en año de escasez.

Ninguna ave se remonta demasiado alto si vuela con sus propias alas.

Un cuerpo muerto no vela injurias.

Tu acto más sublime es poner a otro delante de ti.

Si el necio persistiera en su necedad se tornaría sabio.


El Matrimonio del Cielo y el Infierno, William Blake (1789)

24 de septiembre de 2012

Los Solteros

CAPÍTULO 6

—[...]Supongo que mucha gente pensara que el solterón recalcitrante no es más que un homosexual que no es consciente de su homosexualidad.
—Imposible demostrarlo —dijo Ronald—. Solo se puede deducir la homosexualidad a partir de hechos. Las tendencias inconscientes, las represiones, todas esas ideas son demasiado simples y débiles para ofrecer explicaciones convincentes. Hay infinitas razones por las que un hombre pueda permanecer célibe. Podría ser un académico. Los esposos no suelen ser académicos decentes, en mi opinión.
—Solo digo —dijo Matthew— lo que la gente dice. Todo el mundo dice que los solteros somos maricas. Bujarrones. O que tenemos fijación con nuestras madres. Cosas así.
—¡Bah, lo que dice la gente, lo que dice la gente! Siempre se concentran en lo que podría ser, en lo que debería ser y nunca en lo que es.
—Mi problema —dijo Matthew—, es que lo que más me gusta del mundo es pensar en las musarañas. En otras palabras, soy un puñetero irlandés perezoso sin oficio ni beneficio. Me gusta pensar que en cualquier momento puedo mandar a la porra el trabajo y mudarme a Bolivia.
—¿Estás pensando en mudarte a Bolivia?
—No —dijo Matthew—, no particularmente.
—Tienes los zapatos mojados —observó Ronald.
—Sí, ¿me los puedo quitar?
—Te los tendrías que haber quitado antes.
—¿Existe alguna mujer que no se quiera casar? —preguntó Matthew.
—La mayoría de ellas se casa sin querer hacerlo. Como muchos hombres.
—¿Por qué?¿Por el sexo?
—No siempre, creo. Quizá sea un desarrollo de la propia naturaleza humana. Algo a la vez satisfactorio e insatisfactorio. De otro modo, las solteronas y los solterones estarían metidos en alguna orden religiosa.
—Una parte de mí cree que deberían hacerlo.
—Pero el hecho es que no lo están.
—Es el miedo a la responsabilidad lo que me aleja del matrimonio. La responsabilidad me aterra. ¿No te aterra a ti?
Ronald lo pensó un momento:
—No —dijo—. Simplemente no he encontrado a nadie que valga la pena. —Y pensó en Hildegarde y en sus intentos de convertirle en una mera carga para ella.
[...]


Los solteros, Muriel Spark (1960)

14 de julio de 2012

El Lirio

La Rosa modesta alarga una espina,
La oveja humilde, un cuerno amenazante,
Mientras el blanco Lirio en Amor se deleite,
Ni espina, ni amenaza, empañará la luz de su belleza.


Cantos de Experiencia, William Blake (1794)

4 de julio de 2012

La Vida es Sueño


Jornada Segunda, parte IV

[...]SEGISMUNDO:
Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!);
¡que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!

Sueña el rico en su riqueza
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende;
y en el mundo, en conclusión, 
todos sueñan lo que son, 
aunque ninguno lo entiende. 


Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.


La Vida es Sueño, Pedro Calderón de la Barca (1636)

15 de junio de 2012

La Canción del Pirata



Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.»

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

«Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.»

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
como vira y se previene,
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.


[La cursiva es mía]


José de Espronceda (1835)

8 de abril de 2012

La invención de Hugo Cabret

SEGUNDA PARTE
Capítulo 6

[...]
―¿Te has dado cuenta de que todas las máquinas tienen su razón de ser? ―le dijo a Isabelle, recordando lo que había dicho su padre la primera vez que le había hablado del autómata―. Sus creadores las construyen para que la gente ría, como este ratoncillo; para saber qué hora es, como los relojes; para que todo el mundo se asombre viéndolas, como el autómata... Tal vez sea esa la razón de que las máquinas rotas resulten tan tristes: ya no pueden cumplir con el propósito para el que fueron creadas.
Isabelle cogió el ratón, volvió a darle cuerda y lo dejó de nuevo en el mostrador.
―Puede que ocurra lo mismo con la gente ―prosiguió Hugo―. Si dejas de tener un propósito en la vida es como... si te rompieras.


La invención de Hugo Cabret, Brian Selznick (2007)

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